Ya llegan los pancarteros
Escrito por César Román*
{xtypo_dropcap}E{/xtypo_dropcap}stá cercana la primera huelga general a la que se tendrá que “enfrentar” el gobierno de Zapatero. Una huelga que ha tenido el periodo más largo de convocatoria de la historia de España. Como lo oyen. Jamás se había convocado una huelga con tanta antelación. Tanta, que ha dado tiempo de irse de vacaciones, de rodar videos chiquilicutres, de irse de crucero de lujo por el Báltico, de hacer como que se hacía algo, de pelearse con Esperanza Aguirre un ratito, de tener unas decenas de miles más de parados y de seguir escenificando. Porque la palabra clave en estos temas es la escenificación. Dicen los entendidos en la materia huelguil que hay que escenificar la ruptura. O lo que es lo mismo en romano paladí y sin andarse por las ramas, interpretar como un buen actor el papel de que estás enfadado con el otro y que parezca creíble. Eso aunque por dentro te importe una higa las causas de la convocatoria, porque sigues disfrutando de sueldos en consejos de administración, tarjeta visa sin límite, coche oficial y una larga lista de prebendas a costa del dinero público. Tan larga como la convocatoria y el silencio en que han permanecido los “lideres sindicales” mientras millones de españoles engrosaban las filas de desempleados a las puertas del INEM.
En la calle, se nota y se palpa que la huelga será un absoluto fracaso. Todo el mundo lo sabe y los sindicatos convocantes los primeros. Sin embargo la escenificación de la ruptura les obliga a ir a una huelga que en realidad ellos mismos no quieren y en la que no creen. El descrédito de los sindicatos mayoritarios es en estos momentos tan desmesurado, que ni siquiera en tiempos del escándalo de la PSV tuvieron tantos detractores. Tanta moqueta han pisado y tanto han permanecido desaparecidos durante la mayor crisis económica de nuestra historia, que ahora nadie les cree. Y para intentar salvar los muebles y que quede en las bibliotecas que ellos hicieron lo que pudieron han convocado esta huelga, que más bien es una huelga de fachada y fotogalería sin sustento.
Pero esta huelga puede volverse como un boomerang contra las propias estructuras de los sindicatos mayoritarios y tener resultados catastróficos. En primer lugar porque los propios afiliados, seguidores y delegados de empresa han comenzado a responder a sus "dirigentes". Porque es justo que se sepa que las cúpulas sindicales, los liberados y los que disfrutan de todas esas prebendas son una ínfima minoría que han hecho del sindicalismo una forma de ganarse la vida y tocar poder. Una minoría burocratizada y enquistada en los presupuestos generales del estado que se valen para sus fines de gente honrada y honesta que un día entendieron que el sindicalismo era una forma de defensa y obtención de derechos laborales y sociales en sus trabajos. En sus trabajos sí, porque esto nació y servía para mejorar las condiciones del puesto trabajo, y no para irse de juerga con una visa a cuenta del sindicato y no dar palo al agua.
Y en segundo lugar porque nuestras relaciones laborales necesitan de la existencia de ese contrapoder que equilibre la balanza y evite que unos y otros abusen del contrario. Un contrapeso necesario e imprescindible para evitar explotaciones o malinterpretaciones de los derechos o deberes de trabajadores y empresarios. Porque manda narices, que tengamos que ser los que todos los días nos ponemos al otro lado de la mesa frente a los sindicatos, quienes les tengamos que recordar a esos mismos sindicalistas que con su actitud e irresponsabilidad están poniendo en juego ese equilibrio. Manda narices, que tengamos que ser nosotros quienes les recordemos que el sindicalismo bien entendido y ejercido es necesario para que trabajadores y empresarios avancemos juntos, conciliando los intereses de unos y otros en un objetivo común: progresar socialmente. Aunque quizás también, esto sea bueno para que esas prácticas y dinámicas obscenas comiencen a desaparecer por la presión social. Una presión que haga que las huelgas se decidan a partir de ahora por métodos democráticos y contrastables en las empresas y no mientras el líder de turno hace un crucero de lujo por el Báltico.
*César Román es portavoz de la Asociación Profesional Española de Directores de Recursos Humanos
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