Escrito por José María Gruber, Sindicato Unitario (SU)
Desde la última celebración del Día Internacional Contra la Violencia a las Mujeres me vengo preguntando por qué el Gobierno no utiliza los criterios de la ONU para calificar y contabilizar los asesinatos de mujeres a manos de sus parejas, ex parejas u otros varones de su ámbito familiar. Según las cifras finales dadas por el gobierno, serían 70 las mujeres asesinadas en 2008, mientras que, según el criterio de la ONU, aplicado por la Red Estatal de Organizaciones Feministas contra la Violencia hacia las Mujeres, las mujeres muertas en tales circunstancias serían 95. De ellas, 77 asesinadas a manos de sus parejas o ex parejas, 15 a manos de otros parientes y 3 con agresión sexual por medio.
En 2006, según este criterio, fueron 93 y en 2007, 89. La diferencia, aplicando ambos criterios, no es baladí. No estamos hablando de mujeres más o menos muertas, sino de mujeres asesinadas. ¿Se trata, todavía, de ocultar esta realidad vergonzante o de aminorarla, al menos? ¿Ante quién? ¿Ante nosotros mismos? Esto sería lo más grave, pues entraría en flagrante contradicción con toda la propaganda que se viene haciendo sobre las bendiciones de la nueva normativa y los medios que se vienen dedicando para su aplicación. Está claro que la normativa es mejorable y que se pueden dedicar más medios para aplicarla. Pero es que tratar de acabar con esta lacra sólo con leyes y medios humanos y materiales es irreal.
Existe una profunda base cultural e ideológica que sirve de caldo de cultivo para ese tipo de actitudes. No se nace violento. Se aprende a ser violento. Y ello es aplicable a todo tipo de violencia, no sólo la que se ejerce contra las mujeres, ni la que tiene como desenlace fatal la muerte. La mayoría, hombres y mujeres, crecemos asumiendo que la sociedad “funciona” sobre la base del sometimiento de unos sobre otros. Sometimiento de mujeres a hombres, de hijos a padres. Sometimiento de pueblos dominados militar y culturalmente. Sometimiento de trabajadores y trabajadoras a sus patronos. Sometimiento de los individuos al Estado. La violencia con resultado de muerte es, sin duda, la más rechazable. Pero no es la única.
Violencias psicológicas abundan por doquier, son más sutiles y, en muchos casos, tanto o más dañinas, porque son difíciles de identificar, porque no son siempre atribuibles a personas concretas, porque son violencias sociales, colectivas, institucionales, económicas. Y, casi siempre, son el preludio de la violencia física. La sociedad de sometimiento funciona “bien” para los que dominan, pero no funciona o funciona muy mal para los sometidos y dominados. Las dificultades de todo tipo con que nos encontramos la mayoría de la población producen tensiones, generan conflictos personales, crisis de valores que se incrustan en las relaciones personales, especialmente en las de pareja, que no justifican la violencia concreta, pero que son su caldo de cultivo y comportan una acusación para todos los que formamos la colectividad. La aceptación general de la superioridad masculina, reafirmada por la cultura patriarcal, sigue haciendo creerse al varón dueño, poderoso, tanto sobre su pareja, como sobre los hijos. Pero, no es esta la única relación de poder.
La relación de poder entre los individuos está generalizada entre nosotros, amparada institucionalmente y aceptada culturalmente. A esta relación de poder no se escapan siquiera las parejas de homosexuales, gais y lesbianas, donde se da, con más frecuencia de la que cabría esperar, el enfrentamiento entre roles distintos, similares a los que se dan entre parejas de heterosexuales. Socialmente estamos enseñando a los varones, desde niños, a solucionar los problemas usando la violencia. Y también las mujeres se sienten legitimadas para usarla cuando tienen poder.
Es el modelo de sociedad el que es intrínsecamente violento. ¿Por qué digo, con cierta sorpresa, que entre parejas de homosexuales cabría esperar que ese enfrentamiento de roles no se diese o no se diese tanto? Sin duda, influenciado por la tesis de que el problema de la violencia y el maltrato, en general, es una cuestión de sexo, de raíz individual y de ámbito privado, como interesadamente nos viene a decir la versión oficial, propagada por gobiernos, partidos, interlocutores sociales, medios de comunicación, educadores y todos quienes tienen medios para influir en la opinión pública y en las conciencia individual y colectiva. Con el modelo de sociedad que aceptamos y con la consideración de que la violencia de género es sólo un problema subjetivo de algunos individuos no vamos a encontrar solución al problema. La sociedad debe conocer la violencia en todas sus dimensiones. No sólo la que se da en el ámbito doméstico. Advertir que algunas violencias han sido declaradas como delictivas, pero que todas son rechazables. Denunciar a policías y jueces que aún no han comprendido que el machismo es execrable.
No nos basta, para que nos sensibilicemos, con que nos muestren las imágenes dolorosas de las mujeres maltratadas. Tenemos que conocer y difundir los rostros de los mal tratadores. Su imagen debe ser publicada sin remilgos. Y también la de los acosadores de todo tipo. Pero, sobre todo, propagar a los cuatro vientos, por activa y por pasiva, que la violencia de unos sobre otros es antisocial, retrograda e inhumana, de forma que, quienes la practiquen se vean socialmente acorralados y claramente rechazados.
Colegio El Salvador en Barreda ¿Son felices los escolares? ¿A qué problemas emocionales se enfrentan?…
Tendrá lugar de 11 a 14 horas, participarán 15 autores. También habrá cuentacuentos. Torrelavega, 21…
Se encuentran ubicados en Sierrapando y en Coteríos (junto al Campus Universitario). Las solicitudes se…
La alcaldesa Rosa Díaz critica que PSOE, PP y la concejal no adscrita de VOX…
Lucía Montes considera que las peticiones del PP han dado sus frutos para que los…
Además de toda la instalación necesaria para dicho cultivo, se confirmó la existencia de defraudación…