Por Manuel Haro Alcalde
El «Barco de Oro» que conozco y que confirmo que su éxito durante sus 25 años de estancia en Torrelavega se debe al buen trato, equilibrio en la relación calidad-precio y su sorprendente capacidad de adaptación (hasta el simpatiquísimo dueño se hace llamar «Lorenzo», aunque su origen esté en Hong Kong), han sido algo así como el buque-insignia de la pacífica invasión china en nuestra ciudad.
Es el día de hoy que la colonia amarilla roza el centenar de negocios de todo tipo: hostelería, supermercados, fruterías y un largo etcétera. Todos agrupados en una especie de «cooperativa de intereses comunes», ya que, entre ellos, se intercambian material, productos. Se prestan dinero unos a otros y, en definitiva, copan la atención de quienes encuentran en su oferta la posibilidad de alimentarse ó vestirse, al mejor precio, lo que está provocando cierta indignación entre profesionales enraizados desde antaño por entender que adoptan una competencia desleal.
Los horarios de apertura y cierre de sus establecimientos, no suelen adaptarse a las normas preestablecidas para los nativos. En algunos casos, incluso, con la aquiescencia de las autoridades correspondientes. No existen referencias a sus vidas ocultas, casi de clausura en ocasiones. Contrataciones exiguas para interminables jornadas de trabajo. Desconocimiento de los destinos de quienes se suponen fenecidos, dado el ostracismo de sus movimientos.
Hay quien nos asegura que incluso la venta ambulante de alimentos a bordo de furgonetas, se encarga de abastecer a residentes y moradores del que dícese llamado a ser la potencia mundial por excelencia, lo que deja una carga impositiva en favor de la hacienda local a niveles prácticamente nulos, debido a que sus ganancias, dicen, viajan directamente a su país.
En definitiva, es la ¿extraña? ley de la oferta y la demanda. El que ofrece, gana; quien demanda, también. Se trata de un verdadero pulso resumido entre quienes entienden que cada cuál mira por sus intereses. Y cuando el mismo producto presenta unas diferencias a veces abismales en pocos metros de distancia, la respuesta no admite lugar a dudas. Sobre todo cuando preguntado algún que otro representante del pueblo sobre la situación, su respuesta ha dejado boquiabiertos a más de uno: «A ésos, ni tocarlos…».
Y lo curioso del caso es que cuando alguien quiere restar meritaje a los bajos precios ofrecidos por los chinos so pretexto de sus dudosas calidades, resulta que son éstos, los chinos, quienes abastecen de innumerables materiales a distribuidores minoritarios que se encuentran con que sus productos contemplan unas diferencias insalvables en cuanto a competencia se refiere. Complicado. Muy complicado. El «gigante amarillo», amenaza con quedarse con todo. Incluidos nosotros.
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