Funcionarios: huelga sí, huelga no
Escrito por José María Gruber
{xtypo_dropcap}C{/xtypo_dropcap}onozco a unos cuantos funcionarios y funcionarias, mejor dicho, empleados públicos, o sea, todos los que trabajan para la Administración del Estado, para los Servicios Públicos y en las Empresas Públicas. A algunos los considero amigos.
Me duele que el Gobierno, vía decreto, les aplique, entre otras medidas, el recorte del 5% de salario, de promedio, aprovechando que tiene poder para imponerlo sin negociación, y porque puede hacerlo efectivo inmediatamente, ya que es el dueño de la caja con la que se pagan esos sueldos.
Y me duele especialmente que lo haga una institución elegida en las urnas. A los más de 4,5 millones de parados los han echado los empresarios del sector privado que no han sido elegidos y que no tienen en cuenta las mayorías porque son los amos.
Pero me preocupa que las y los empleados públicos no vayan a protestar enérgicamente por ello. La huelga la tienen convocada, pero me llegan comentarios que hacen pensar que algunos no están con la labor.
Cuando se convoca una huelga muchos miran si hay motivos suficientes para hacerla. Otros se preguntan por qué, habiendo motivos, siempre hay quienes no la secundan. Lo peor en estos casos es perder el norte.
Y creo que perder el norte es, por ejemplo, argumentar que, haciendo la huelga, se beneficia a un gobierno que ha perdido el norte, porque se va a ahorrar los salarios de ese día. Un ahorro más, señalan.
Siempre he oído que hay oficios para los que es necesario tener vocación. Respetando a los que así piensan, tal afirmación me ha parecido siempre un poco mojigata, moralista, aplicable sólo a lo religioso. Siempre he defendido que, en el trabajo, lo que hay que tener es sentido de la profesionalidad. Quienes argumentan que haciendo huelga benefician al Gobierno, modestamente, creo que no la tienen. Me explico.
Todavía hay muchos trabajadores y trabajadoras, que producen bienes y servicios, y que se sienten orgullosos de lo que hacen, que se encariñan con el producto de su preparación, habilidad y destreza… y que lamentan tener que dejar de hacer, por un día, lo que hacen, tener que hacer huelga. Pero la hacen, porque con ello, buscan un bien mayor. Estoy seguro que muchos servidores públicos que hacen huelga, además de hacer cálculos, más o menos cicateros, sobre los euros que van a perder ese día, lamenten no poder ejercer su función por la huelga. Lo contrario sería despreciar ellos mismos lo que hacen a diario. Lo que está quedando claro es que el Gobierno lo desprecia. Me imagino a profesores preocupados porque un parón a final de curso puede hacer que no se cumpla el programa, o que los alumnos se desconcentren y puedan fallar en los exámenes. Me imagino a una enfermera agobiada por tener que suspender el turno de atención a las personas mayores que tenía previsto para ese día. Me imagino a un bombero escuchando, desde casa, la sirena de un camión del Parque que sale a atender una emergencia y él no va montado en ese vehículo porque está haciendo huelga. Pero, en este caso, quien lo ha provocado es el Gobierno y es a él a quien habrá que pedir responsabilidades. Suspender un Servicio Público es algo muy serio, pero hay veces en que es inevitable.
Pero, también me imagino que es difícil hacer comprender a padres de alumnos, a jubiladas y jubilados, o a quien ha sufrido un accidente que, adoptar una medida como una huelga, dejar de prestar el servicio, cuando hay motivos suficientes, es una apuesta de futuro y que beneficia a todos. Para los que la hacen porque ponen por delante su dignidad como trabajadores, como ciudadanas, como personas, como votantes. Y para la sociedad en general porque luchar contra la injusticia siempre es un bien social. Cuesta explicarlo pero hay que intentarlo.
Oigo también a quienes, de entre los convocados a esta huelga, cínicamente acusan a los sindicatos de no haberse preocupado de los parados y sí son capaces de convocar una huelga por los funcionarios. Y ellos y ellas ¿se preocuparon de los parados?
Oigo a quienes, sinceramente, se sienten dolidos por la imagen que, una parte de la sociedad, tiene de los empleados públicos. Les afecta oír que son unos privilegiados y, más, que son insolidarios con el resto de los trabajadores y trabajadoras, como les dicen algunos.
Sean o no solidarios, lo que no les va a perdonar nadie es que ni siquiera luchen por lo suyo. Que no sean capaces de perder el salario de un día por una apuesta de futuro. Que busquen explicaciones estrafalarias para no sumarse a su lucha. Que ideen estratagemas para eludir la huelga y aparentar que protestan.
Perder el salario de un día por la huelga es el precio de mantener la dignidad, de dejar claro, a quien tiene el poder, que enfrente tiene personas conscientes y responsables que no se van a dejar pisar. Porque siempre hay que pagar un tributo por las cosas importantes. Por eso son importantes. Y ésta es una de ellas.
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