{xtypo_dropcap}S{/xtypo_dropcap}e dice que las pirámides de Egipto, envueltas todavía en mucho misterio, estaban cubiertas por láminas de roca caliza o mármol, lo que daría brillo a la construcción vistas desde lejos.
Un brillo, en cierta forma, que sería la guinda de la ya impactante opulencia de los edificios, que con el paso del tiempo sirvió para acuñar la expresión «gastos faraónicos». Así, siglos después, algunas cosas no han cambiado demasiado.
Si la opulencia de las pirámides contrastaba con las duras condiciones de vida de los miles de esclavos que las construyeron, hoy tampoco tenemos demasiados motivos para el orgullo. En tiempos actuales, con la crisis galopando a lomos de un paro desbocado, resulta obvia la comparación con los tiempos de la opulencia egipcia, mientras se destinan millones para obras faraónicas innecesarias.
De canapé en canapé, de jornada gastronómica en jornada gastronómica, nuestros representantes están perdiendo el norte. El sueño de la razón, como el cuadro de Goya, produce monstruos.
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